Por redacción, El Confidencial
Durante la última década, China ha extendido sus tentáculos por toda África con una estrategia tan silenciosa como implacable. En el caso de Guinea Ecuatorial, su objetivo va mucho más allá de las obras públicas o los acuerdos comerciales: Pekín lleva años empeñado en instalar una base militar en nuestras costas, concretamente en Bata, para controlar el tráfico marítimo del golfo de Guinea y disponer de una avanzadilla frente a los Estados Unidos.
Este interés no es casual. El golfo de Guinea es una de las rutas marítimas más estratégicas del mundo: concentra el paso del petróleo africano, minerales y materias primas esenciales para la industria global. Controlar esa zona significaría tener un punto de apoyo logístico y militar en el corazón de África occidental, un paso más en el objetivo chino de reconfigurar el orden mundial y reducir la influencia de Occidente

El precio de vender la soberanía
El régimen de Malabo, necesitado de apoyo financiero y reconocimiento internacional, ha abierto la puerta a este peligroso juego.
A cambio de préstamos, infraestructuras y apoyo político, el dictador ha ofrecido al Partido Comunista Chino una llave de entrada estratégica al Atlántico africano.
China, que jamás da un paso sin cálculo, no busca la prosperidad de Guinea, sino su sumisión. Las obras que construye —carreteras, hospitales, estadios— son meros instrumentos para consolidar una dependencia estructural. La calidad es mediocre, los costes están inflados, y los beneficios reales se los llevan sus empresas estatales y sus bancos.
Cada contrato firmado con Pekín es una pérdida de soberanía. Cada préstamo, una hipoteca sobre el futuro del país.
Y, lo más grave, cada paso de acercamiento al gigante asiático fortalece al dictador y aleja la esperanza de democracia y libertad para el pueblo guineano.

Elección del nuevo polisburó del Partido Comunista Chino
El Politburó: el verdadero poder detrás del dragón
China no negocia de igual a igual. El que realmente decide en Pekín no es un empresario ni un diplomático, sino el Politburó del Partido Comunista Chino (PCCh): una élite cerrada y autoritaria que no responde ante el pueblo ni respeta los valores democráticos.
Negociar con China es, en realidad, negociar con una dictadura totalitaria, experta en disfrazar el control y la dominación bajo el lenguaje de la cooperación.
Los dictadores africanos se sienten cómodos en ese terreno. China no exige transparencia, ni derechos humanos, ni elecciones libres. Solo pide lealtad política y acceso a los recursos.
Así, el régimen de Obiang encuentra en Pekín un aliado perfecto: un socio que no cuestiona los abusos, que compra voluntades y que refuerza la represión bajo el pretexto del desarrollo.
El eje de las autocracias: Venezuela, Cuba, Irán y Turquía

Lo que está ocurriendo en Guinea Ecuatorial no es un hecho aislado.
En Venezuela, los acuerdos con China han dejado un país quebrado, con infraestructuras inservibles y una deuda impagable.
En Cuba, Pekín ha sido cómplice del sistema de vigilancia masiva y censura digital.
En Irán y Turquía, la cooperación se traduce en un fortalecimiento del eje autoritario que desafía abiertamente los valores occidentales.
Guinea Ecuatorial corre el riesgo de convertirse en otro eslabón de esa cadena de regímenes dependientes, utilizados por China como piezas en su tablero global.
La voz del Partido del Progreso: soberanía frente a servidumbre

Ante esta amenaza, el Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial (PPGE), encabezado por su presidente Armengol Engonga, ha sido una de las pocas fuerzas políticas que ha denunciado con claridad el peligro que representa el expansionismo chino para la soberanía nacional.
Desde el exilio, el PPGE advierte que detrás de cada contrato con Pekín se esconde una pérdida de independencia y una consolidación del poder dictatorial de Obiang.
Engonga ha subrayado en numerosas ocasiones que el futuro de Guinea Ecuatorial no puede depender de potencias extranjeras con intereses estratégicos y antidemocráticos, sino de un modelo nacional basado en el trabajo, la transparencia y la libertad.
“China no invierte en libertad —ha dicho—, invierte en control. Y un país que entrega sus puertos y sus recursos a una potencia autoritaria, entrega también el alma de su nación.”
El PPGE propone, frente a esta servidumbre silenciosa, una alianza con las democracias occidentales, con Europa, América y los países africanos que defienden la legalidad, el libre comercio y los derechos humanos.
Solo así Guinea Ecuatorial podrá recuperar su dignidad y construir un Estado moderno, abierto y verdaderamente soberano.
Soberanía o servidumbre
China no está construyendo el futuro de Guinea Ecuatorial. Está construyendo su propio imperio, ladrillo a ladrillo, contrato a contrato, bajo la fachada del progreso.
Mientras tanto, el pueblo guineano ve cómo sus recursos, su mar y su independencia se diluyen entre las manos de una élite corrupta que prefiere ser vasalla del dragón antes que libre entre los suyos.
Es hora de abrir los ojos:
Cada carretera china tiene un precio político.
Cada edificio levantado por Pekín fortalece al dictador.
Y cada acuerdo firmado con el Partido Comunista Chino acerca a Guinea a la servidumbre.
El futuro de África no puede escribirse con tinta extranjera ni bajo la sombra de regímenes totalitarios.
Guinea Ecuatorial debe elegir entre ser libre o ser un satélite, entre defender su soberanía o venderla al mejor postor.
Porque no hay desarrollo sin libertad.
No hay progreso sin dignidad.
Y no habrá Guinea libre mientras su destino esté en manos de potencias que solo entienden el poder, la obediencia y el miedo.


