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Guinea Ecuatorial: el país rico donde la riqueza nunca llega al pueblo

Por Redacción

28/10/2025

Editorial 

Guinea Ecuatorial es una paradoja cruel: un país pequeño, con ingentes recursos naturales, y un pueblo sumido en la pobreza. En las calles de Malabo y Bata, la miseria se ha hecho rutina. Las madres rebuscan comida en los basureros para alimentar a sus hijos, mientras familias enteras esperan noticias de los suyos, detenidos sin juicio, sin saber en qué cárceles los ocultan ni si siguen con vida. El miedo se ha convertido en parte del paisaje, tan cotidiano como el hambre. La represión no necesita uniformes visibles: basta el silencio, la sospecha y la certeza de que la justicia no existe.

Desde hace más de cuatro décadas, la familia Obiang administra el Estado como si fuera una empresa privada. Lo que debería ser riqueza nacional se ha convertido en patrimonio familiar, y lo que debía ser una república es hoy una dinastía sostenida por la corrupción, el miedo y la propaganda. Se estima que el clan Obiang ha expoliado a Guinea Ecuatorial más de cinco mil millones de dólares. El saqueo ha sido tan descarado que cuesta creer que aún haya quien hable de “buena gestión”.

Una Mujer busca comida en la basura

Mientras tanto, los hospitales siguen sin medicamentos, las escuelas sin material, y miles de familias beben agua insalubre. Llamar a eso “estabilidad” es una ofensa. Si este es el modelo de buena gestión, habría que escribir un nuevo manual del cinismo. Un directivo del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial (PPGE) en el interior del país lo resumía con crudeza:

“En la dictadura de los Obiang nadie tiene derechos. Los derechos se reservan para la familia y los apoyos del dictador. España, así como el resto de países con intereses en Guinea, deben trabajar con seriedad para propiciar un cambio democrático. Con los Obiang en el poder, todos estamos en peligro.”

Hoy, el clan de los Obiang no solo roba: también se pelea por heredar el botín. La lucha por la sucesión ha abierto grietas dentro del régimen. Constancia Mangue, la primera dama, maniobra para mantener a su hijo Teodorín en la línea de sucesión, pese a su fama internacional de derrochador y a los múltiples escándalos judiciales que lo rodean. Frente a ella, figuras poderosas dentro del propio sistema, como Gabriel Mbaga Obiang Lima, exministro de Hidrocarburos y multimillonario por derecho propio, aspiran a presentarse como la cara “tecnocrática” y moderna del régimen. También se mueven entre la ambición y el cálculo otros nombres del clan: Oburu, Cándido Nsue —hermano de Constancia—, y Melchor Esono Edjo, sobrino del presidente y uno de los hombres más ricos del país. Este último, decidido a prolongar la dictadura para preservar sus fortunas, estaría alentando movimientos de jóvenes dentro y fuera del país para consolidar su posición. Todos comparten algo: el deseo de preservar el sistema que los hizo ricos, aunque cambien las caras que lo encarnan. Lo que está en disputa no es el futuro de Guinea Ecuatorial, sino el reparto del botín.

Ellos se lo llevan todo: La “Primera en Todo” en su trono

En este contexto, las llamadas a la “continuidad” suenan huecas. Los defensores del régimen intentan vender una falsa renovación, repitiendo el viejo discurso de siempre: que la estabilidad está por encima de la libertad, que sin Obiang vendrá el caos, que solo ellos pueden gobernar. Pero Guinea Ecuatorial lleva décadas en caos, solo que disfrazado de orden. El miedo, la corrupción y la desigualdad no son estabilidad: son los síntomas de una enfermedad que devora al país desde dentro.

Durante este año se han sucedido escándalos de todo tipo. El más reciente, el caso TDT, ha destapado una red de corrupción que vincula a altos funcionarios del régimen con empresarios extranjeros beneficiados por contratos públicos amañados. No es una excepción: es la confirmación de un sistema basado en el saqueo institucionalizado.

El Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial (PPGE) sostiene que el problema no es solo quién gobierna, sino cómo se gobierna. Cambiar de rostro sin limpiar el sistema sería repetir el ciclo de corrupción con nuevos nombres. El PPGE propone una reconstrucción completa de las instituciones: justicia independiente, auditorías públicas, transparencia en los contratos, recuperación de los fondos robados y garantías reales de libertad política y económica. No se trata de sustituir a un clan por otro, sino de devolver al Estado su función: servir al pueblo, no servirse de él.

El expolio de Guinea Ecuatorial no solo se mide en cifras. Ha destruido la confianza colectiva, ha normalizado el miedo y ha enseñado a generaciones que el poder es una vía para enriquecerse. Cada mansión en París o Malibú, cada coche confiscado, cada cuenta oculta simboliza una escuela que no se construyó, una vacuna que no llegó, una vida que se perdió.

Los gobiernos extranjeros y las grandes corporaciones también tienen su parte de responsabilidad. Han preferido callar mientras hacían negocios con los corruptos, hablando de “colaboración estratégica” o “respeto a la soberanía”, mientras firmaban contratos manchados de miseria. El silencio internacional ha sido la alfombra bajo la cual se ha barrido la vergüenza.

Pero la historia aún no está escrita del todo. Guinea Ecuatorial puede limpiar su sistema, construir un país libre y moderno, donde la riqueza nacional se gestione con justicia. El PPGE representa esa esperanza: una alternativa que no busca revancha, sino regeneración. Porque un cambio real no consiste en reemplazar un apellido por otro, sino en acabar con el sistema que permitió que un apellido lo fuera todo.

A estas alturas, solo los ingenuos —o los cómplices— pueden seguir hablando de la “buena gestión” de los Obiang. El resto del mundo ya sabe lo que es: una dinastía corrupta, en guerra consigo misma por mantener el poder sobre un país agotado.

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