Por Juan Cuevas, Secretario de Formación del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial
Hay silencios que matan más que las balas. En Nigeria, miles de cristianos están siendo perseguidos, masacrados y expulsados de sus hogares mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado con una frialdad que hiela la sangre. Callan los gobiernos africanos. Callan los organismos que deberían defender los derechos humanos. Callan incluso muchos medios occidentales que presumen de sensibilidad con las causas humanitarias — pero cuando las víctimas son cristianas, el interés se evapora.
La realidad es insoportable: aldeas arrasadas, iglesias quemadas con fieles dentro, pastores degollados, niños obligados a presenciar cómo asesinan a sus padres por el “delito” de ser cristianos. Solo en los últimos doce meses, organizaciones internacionales han denunciado más de 7.000 cristianos asesinados en Nigeria. Es una cifra escalofriante, pero detrás de cada número hay un rostro, una historia y una fe que fue silenciada con fuego y pólvora.

Los testimonios que emergen del llamado Middle Belt —esa franja donde comunidades cristianas viven bajo amenaza constante— son de una crueldad medieval: ataques nocturnos coordinados, aldeas rodeadas y ejecutadas en cuestión de minutos, y un Estado que llega tarde… cuando llega. A veces solo quedan las cruces enterradas entre las cenizas y los llantos de los supervivientes.
El Gobierno nigeriano repite una consigna que ya nadie cree: “estamos actuando”. Pero la verdad es otra. La impunidad es casi total. Pocos responsables son detenidos, menos aún juzgados. Los supervivientes sienten que su vida vale poco, y su fe, todavía menos. El mensaje que reciben es desolador: “Estáis solos”.
La persecución religiosa de los cristianos en Nigeria no es solo un drama nigeriano. Es una herida moral abierta en toda África. Si aceptamos que un ciudadano puede ser asesinado por su fe, ya hemos renunciado al principio más básico de la dignidad humana. ¿De qué sirven nuestras constituciones, nuestras banderas y nuestros discursos si no defendemos el derecho a vivir, pensar y creer?

Como africanos, no podemos permitir que esta tragedia quede sepultada bajo estadísticas. Si hoy callamos ante Nigeria, ¿quién alzará la voz cuando intenten silenciar a los nuestros mañana?
Desde el Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial (PPGE)afirmamos con claridad:
la vida es sagrada. La libertad religiosa y de pensamiento es un derecho irrenunciable.
No se trata de cristianos contra musulmanes. No se trata de ideologías. Se trata de humanidad. Se trata de defender el derecho de cualquier persona —crea en Cristo, en el Corán o en nada— a no ser asesinada por ello.
Como formación democrática y humanista, el PPGE cree que la libertad de creer, de pensar y de disentir es el corazón de toda sociedad civilizada. Y por eso, cuando esa libertad es aplastada en Nigeria, sentimos la obligación moral de hablar. Callar sería convertirnos en cómplices por omisión.

Nosotros, que luchamos por la libertad política, religiosa y de conciencia en Guinea Ecuatorial, no podemos ignorar la sangre que clama desde Nigeria. El dolor de esos cristianos es un recordatorio de que la libertad no se regala: hay que protegerla, defenderla y, a veces, llorarla.
Imaginemos por un instante que esos sucesos ocurrieran en Bata, en Malabo o en Evinayong. Imaginemos que se quemaran iglesias, que se marcaran personas como “objetivo” por su fe o sus ideas. ¿Aceptaríamos el silencio internacional? ¿Soportaríamos titulares que lo minimizan como “conflicto entre comunidades”?
Lo que hoy ocurre en Nigeria es un espejo cruel que nos obliga a preguntarnos qué tipo de África queremos construir:
¿Una África que mira hacia otro lado, o una África que protege la vida y la libertad de sus hijos?
Desde el PPGE hacemos un llamamiento a la Unión Africana, a la ONU, a las confesiones religiosas y a la sociedad civil:
no aparten la mirada. No silencien este genocidio de fe.
Porque cada cristiano asesinado en Nigeria es un golpe a la dignidad humana de todos.
La historia juzgará no solo a los asesinos, sino también a los que callaron sabiendo la verdad.
Hoy escribo estas líneas para que esa verdad no quede enterrada con las víctimas. Porque defender a los cristianos que mueren en Nigeria es defender a cualquier ser humano que quiera vivir libre, pensar libre y creer libre.
Y esa es, y será, una causa irrenunciable para el PPGE.


