Por Redacción – El Confidencial
El avance del yihadismo en África se ha convertido en uno de los mayores problemas del siglo XXI, una amenaza silenciosa que se expande sin freno mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado. Desde Mauritania hasta Sudán, pasando por Nigeria, Malí, Burkina Faso y Níger, los grupos asociados tanto a Al Qaeda como al Estado Islámico han logrado controlar o disputar extensas franjas de territorio, imponiendo su ley a millones de personas.
La consecuencia es una devastación humana enorme: se calcula que cada año mueren más de 11.000 personas en atentados, emboscadas, ejecuciones y ataques contra aldeas, mientras cientos de miles huyen en masa, alimentando una de las mayores crisis de desplazamiento del planeta. El terrorismo se ha convertido en el factor que más erosiona las frágiles democracias africanas. Allí donde avanzan los grupos armados, retrocede el Estado, se cierran escuelas, desaparece la justicia, la administración deja de existir y las instituciones se hunden o caen en manos de juntas militares que, lejos de solucionar el problema, lo instrumentalizan para aferrarse al poder. Es una tormenta perfecta que hace imposible cualquier horizonte democrático y empuja a miles de jóvenes a la emigración, tanto interna como hacia Europa.
El caso de Malí es quizá el ejemplo más dramático de este derrumbe. Tras la expulsión de la misión internacional y la entrada de los mercenarios rusos del Grupo Wagner, la junta militar ha perdido el control territorial a un ritmo vertiginoso. Hoy, los yihadistas dominan amplias regiones como Mopti, Gao y Kidal, administran justicia, recaudan impuestos y controlan rutas esenciales. El Estado maliense, reducido prácticamente a Bamako, vive el riesgo real de convertirse en un país fallido. Las carreteras están tomadas por los extremistas, las aldeas quedan aisladas durante meses y casi dos millones de ciudadanos sobreviven desplazados, sin acceso a servicios básicos. Muchos analistas dan por hecho que los grupos islamistas están a punto de hacerse con el control de facto del país, algo impensable hace apenas cinco años.
En este escenario, la amenaza no se limita a los países del Sahel: su expansión afecta de manera directa a todo el continente y, por extensión, a Europa. La caída de Estados enteros en manos del extremismo tendría un impacto inmediato en flujos migratorios, seguridad internacional y comercio global, en especial a través del golfo de Guinea, una ruta marítima estratégica hoy ya tensionada por la presencia de Rusia y China.
Armengol Engonga Presidente del PPGE.
Desde du exilio forzado el Partido del Progreso (PPGE) viene alertando de esta amenaza desde hace años. Su presidente, Armengol Engonga, ha señalado repetidamente que la lucha contra el yihadismo está inseparablemente unida a la lucha por la democracia en África. Según Engonga, “cuando las dictaduras se sostienen con apoyo de potencias ajenas, que no respetan al pueblo, la región queda desprotegida y el extremismo crece sobre ese vacío”. El PPGE denuncia que la alianza del régimen de Obiang con Moscú deja al país expuesto al mismo modelo de desestabilización que hoy desangra al Sahel, y reivindica una respuesta internacional coordinada que apoye a las fuerzas democráticas africanas antes de que la amenaza se extienda aún más.
Mientras tanto, para millones de africanos atrapados entre el hambre, la violencia y la falta total de futuro, la única salida es huir. Familias enteras abandonan aldeas arrasadas, caminando cientos de kilómetros hacia capitales colapsadas o hacia rutas migratorias que terminan, en demasiados casos, en el Mediterráneo. Es la cara humana de un conflicto que avanza sin resistencia, un terremoto silencioso que amenaza con redefinir el continente y cuyas consecuencias Europa apenas empieza a vislumbrar.