La noticia
La lucha contra el terrorismo yihadista en África Occidental ha entrado en una fase decisiva. Estados Unidos, en coordinación y con el consentimiento expreso del Gobierno de Nigeria, ha llevado a cabo ataques selectivos contra bases de Boko Haram y otros grupos vinculados al Estado Islámico que operan en el norte del país. Se trata de una acción legítima y necesaria frente a una amenaza que desde hace más de una década no solo desestabiliza a Nigeria, sino que ha normalizado una de las formas más crueles de violencia contemporánea: el secuestro sistemático de niñas para su esclavización.
Tal y como ha reflejado recientemente la prensa internacional, el terror no cesa en Nigeria. Aldeas arrasadas, comunidades enteras desplazadas y familias rotas forman parte del paisaje cotidiano en regiones donde el Estado apenas puede proteger a los suyos. Pero entre todos los crímenes cometidos por Boko Haram, hay uno que simboliza mejor que ningún otro su absoluta deshumanización: el secuestro de niñas, en su mayoría cristianas, arrancadas de sus hogares y de sus escuelas para ser convertidas en botín de guerra.
Desde 2009, Boko Haram ha utilizado el secuestro como una herramienta estratégica. No se trata de hechos aislados ni de excesos puntuales, sino de una práctica sistemática. Miles de niñas han sido raptadas, obligadas a convertirse al islam, forzadas a matrimonios con combatientes, violadas repetidamente y utilizadas como esclavas sexuales o como instrumentos de propaganda y terror. Muchas no regresan nunca. Otras vuelven marcadas de por vida, rechazadas por sus propias comunidades, cargando con traumas imposibles de reparar.

Niñas cristianas secuestradas, vidas robadas por el terror. Que el mundo no las olvide y que vuelvan a casa.
Las imágenes de estas niñas —miradas perdidas, rostros quebrados, lágrimas silenciosas— no son solo una denuncia humanitaria: son una acusación moral contra la indiferencia. Cada secuestro es una derrota del Estado de derecho y una victoria del fanatismo. Cada niña esclavizada es un recordatorio de lo que ocurre cuando el terrorismo no es combatido con la firmeza necesaria.
Nigeria ha pagado un precio altísimo intentando frenar esta barbarie. Sin embargo, la magnitud del desafío ha superado con frecuencia sus capacidades, especialmente en zonas rurales donde Boko Haram ha operado durante años con una impunidad casi total. En este contexto, la cooperación internacional deja de ser una opción política para convertirse en una obligación ética. La intervención de Estados Unidos, basada en inteligencia compartida y realizada con el acuerdo del Gobierno nigeriano, responde precisamente a esa necesidad: impedir que estos grupos sigan actuando como si la vida de las niñas africanas no importara.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha defendido estos ataques como parte del compromiso de su país con la lucha global contra el terrorismo. Y conviene decirlo con claridad: cuando se bombardean campamentos de Boko Haram, no se ataca una ideología abstracta, se golpea una estructura criminal que viola, esclaviza y destruye vidas inocentes.

Masacre de Cristianos por Boko Haram en el norte de Nigeria
África Occidental no puede permitirse más territorios dominados por el miedo. La inseguridad se propaga, cruza fronteras y acaba afectando a regiones estratégicas enteras. Nigeria, como pilar demográfico y político del continente, no puede caer en manos de quienes utilizan a las niñas como moneda de cambio y a la religión como coartada para el crimen.
Desde el Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial expresamos nuestro apoyo claro y sin matices a la acción conjunta de Estados Unidos y Nigeria contra Boko Haram y los grupos yihadistas que operan en la región. No hay neutralidad posible frente a quienes secuestran niñas para convertirlas en esclavas sexuales. Combatirlos no es una cuestión geopolítica: es una cuestión de humanidad.
África necesita seguridad para poder hablar de democracia, desarrollo y derechos humanos. No puede haber progreso donde las niñas son tratadas como propiedad de los fanáticos. La pasividad y el relativismo moral solo fortalecen a los verdugos.
La acción en Nigeria envía un mensaje que debería resonar más allá del continente: el terrorismo no puede operar con impunidad. Desde el PPGE defendemos que este tipo de intervenciones, bien coordinadas y con objetivos claros, son parte de la solución. La alternativa —mirar hacia otro lado mientras las niñas lloran en cautiverio— es un fracaso moral que África ya no puede permitirse.


