Desde Guinea: Buenas noches, compañeros del Partido del Progreso. Buenas noches también a la redacción de El Confidencial.
Hoy no se habla de otra cosa en las calles de Malabo y Bata: la miseria económica. Padres de familia con las manos en la cabeza, estudiantes sin futuro, jóvenes vagando por las calles en busca de un sustento que no existe. La economía está muerta, y la población, agonizando.
El caso más evidente es el de los taxistas. Con las vacaciones escolares y la falta de circulación de dinero, ganar siquiera 5.000 francos al día se ha convertido en una odisea. Pero no solo es la escasez: también están siendo extorsionados brutalmente por los agentes de tráfico. Día y noche. Barreras improvisadas, multas inventadas, insultos, amenazas. Lo que antes era difícil, hoy se ha convertido en imposible.

Siguen las barreras
La mayoría de los taxistas en Guinea no lo son por vocación, sino por necesidad. Muchos han sido despedidos o simplemente se han quedado sin opciones por culpa del hundimiento económico impuesto por la familia Obiang. Hoy, el taxi es el último recurso para alimentar a sus hijos. Y sin embargo, el Estado ha convertido ese recurso en un castigo: los “tráficos” son enviados a cazar a estos trabajadores con el único objetivo de robarles lo poco que consiguen.
¿De qué vive el pueblo? No hay empleo, no hay ayudas, no hay oportunidades. Solo represión, miseria y silencio. Los jóvenes malviven entre la desesperanza y la ira. Algunos sobreviven vendiendo lo que pueden. Otros simplemente se rinden.
A esto se suma una nueva burla del régimen. Hace más de un mes, la dictadura anunció por televisión una supuesta lista de indultos. Hoy, ni un solo liberado ha sido visto en las calles. Todo parece indicar que no han soltado a nadie. Mentiras sobre mentiras, como siempre.
Y mientras tanto, los militares siguen sembrando el terror en las carreteras. Ya es común ver a un agente lanzarse sobre un coche en marcha solo para inventar una infracción y sacar dinero. Una escena tan habitual como indigna. Guinea se ha convertido en un país sin ley, donde las propias fuerzas del orden son los principales delincuentes.
Lo de los cuerpos uniformados es una vergüenza nacional. Pero no es culpa suya únicamente: se trata de una estrategia planificada desde arriba. El régimen ha soltado a los “tráficos” y militares a la calle para que le saquen el pan a la gente, exprimiendo lo poco que queda a quienes ya no tienen nada. En Guinea, el que no roba, no come.
La imagen que se llevan los extranjeros que visitan el país es desastrosa. Un lugar donde no se gobierna, donde no hay servicios públicos, ni justicia, ni horizonte. Un presidente que apenas se sostiene en pie, clanes familiares enfrentados por el botín, y Teodorín —un parásito político— fingiendo que gobierna mientras arruina lo que queda.
Guinea Ecuatorial es hoy un infierno para los que estamos dentro. Y lo peor es que no hay señales de cambio, solo más ruina, más violencia institucional, más silencio.
Pero seguiremos informando. Seguiremos hablando. Porque aunque nos quieran callar, el pueblo ya ha despertado.


