Redacción El Confidencial
Recientemente, el dictador Teodoro Obiang Nguema Mbasogo ha vuelto a hacer gala de su desvergüenza en una entrevista concedida al medio de propaganda “El Juego de Tronos”, dirigido por el también servil Hugo Ndong. En ella, entre frases paternalistas y delirios de grandeza, Obiang ha tenido el descaro de justificar el legado criminal de su tío, el dictador Francisco Macías Nguema, asegurando que “los españoles le hicieron la vida imposible” y que, en el fondo, “no lo hizo tan mal”.
¿No lo hizo mal? ¿De verdad? ¿Entonces por qué le dio un golpe de Estado el 3 de agosto de 1979 y ordenó su ejecución pública tras un juicio que él mismo montó? ¿A qué juega ahora, señor Obiang? ¿A redimir al verdugo para limpiar su propia imagen? Este intento burdo de blanquear al genocida Macías solo delata la profunda descomposición moral de quien hoy ocupa el poder en Guinea Ecuatorial desde hace casi medio siglo.
Mentiras que insultan la inteligencia del pueblo
En sus declaraciones, Obiang sostiene que “cuando cogió Guinea Ecuatorial, era el país más pobre de África”. Falso. Categóricamente falso. En 1968, poco antes de la independencia, Guinea Ecuatorial era la segunda economía de África en renta per cápita, solo por detrás de Sudáfrica. Teníamos una agricultura fuerte, una administración funcional, una red de educación y sanidad pública eficaz, infraestructuras viables y una sociedad estructurada.
Exportábamos café, cacao, aceite de palma, yuca, tabaco, cocos, caña de azúcar… La agricultura representaba más del 75% del PIB. Y la sociedad vivía en paz, con una convivencia cívica que hoy parecería utópica tras los 56 años de ruina, saqueo y represión que han representado las dictaduras consecutivas de Macías y Obiang.
“Obiang y su tío han sido dos caras del mismo desastre”, ha señalado con claridad el presidente del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial, Armengol Engonga.
“Entre los dos han destrozado una nación rica, culta y ordenada, y la han convertido en rehén de una élite corrupta que vive como jeques mientras el pueblo sobrevive entre el miedo y la miseria.”
El falso estadista
Obiang ahora quiere colgarse medallas como supuesto visionario del desarrollo petrolero del país. Se presenta como el gran arquitecto de las infraestructuras nacionales y el líder que convenció a los americanos de invertir. Pero las cifras, las imágenes y la realidad son tozudas: la riqueza del petróleo ha servido únicamente para enriquecer a su clan y comprar voluntades en el extranjero, mientras el pueblo vive sin agua potable, sin hospitales funcionales, sin libertad.
“El legado de Obiang no es el desarrollo, es la decadencia. No es el progreso, es la parálisis. No es el orden, es el caos. No es la justicia, es el abuso”, subraya Armengol Engonga. “Su régimen es un cáncer para la dignidad del pueblo guineano.”
Un dictador sin memoria ni vergüenza
Obiang pretende ahora borrar el pasado, como si no fuera él quien ha dirigido el país durante 45 años, consolidando una dictadura tan brutal como la de su tío. En su megalomanía, intenta desdibujar también el legado colonial español, ese que dejó un sistema educativo estructurado, centros de salud públicos, producción agrícola sostenible y una sociedad que, a pesar del contexto colonial, contaba con normas, respeto, civismo y esperanza.
Hoy, Guinea Ecuatorial es ejemplo de todo lo contrario: corrupción, miseria, arbitrariedad, miedo y propaganda. Y eso no se puede achacar a España, ni a Francia, ni a la CIA, ni al FMI. Eso es responsabilidad exclusiva de Obiang, de su familia, de sus ministros ladrones y de un sistema cuya única función ha sido el saqueo sistemático del país.
“Nadie le compra ya sus mentiras. Ni siquiera su familia. Ni siquiera los que le aplauden en los actos oficiales”, denuncia Armengol Engonga. “La historia le juzgará como lo que ha sido: un mentiroso compulsivo, un déspota ridículo y el principal obstáculo para la libertad de Guinea Ecuatorial.”
La hora del fin se acerca
Teodoro Obiang podrá llenar estadios de funcionarios obligados a vitorear. Podrá ordenar que su rostro sea estampado en todos los muros. Podrá seguir firmando decretos de represión. Pero la historia no se borra con discursos. Y menos con discursos plagados de cinismo y falsedad.
En los archivos de la historia quedarán las ejecuciones públicas, las torturas, las fortunas mal habidas, la represión política, la prensa amordazada, los exiliados, los niños sin escuela, los hospitales sin médicos y los pueblos sin esperanza.
Y también quedará la verdad de una nación que un día fue prometedora y que, gracias a Obiang y su clan, lleva medio siglo enterrada viva.