Juan Cuevas, PPGE
Los 56 años de dictadura en Guinea Ecuatorial no solo han perpetuado un régimen opresivo, sino que también han modelado profundamente la cultura política del país. Durante estas décadas de gobierno autoritario, la población ha sido adoctrinada para relacionarse con el poder a través de la sumisión, la adulación y la dependencia absoluta de la “benevolencia” de sus líderes.
Este fenómeno se refleja constantemente en las cartas y escritos que los ciudadanos dirigen a las autoridades. En lugar de exigir derechos o reclamar justicia, las peticiones y quejas se formulan como ruegos reverenciales, cargados de títulos, exageraciones y muestras de lealtad innecesarias. Más que simples solicitudes, son testimonios del miedo y la desesperación que un sistema autoritario ha sembrado en el corazón de la población.
Las cartas y videos dirigidas a figuras poderosas como Teodorín están plagadas de expresiones serviles y retóricas humillantes. En lugar de exigir respuestas concretas ante problemas reales como la corrupción o la falta de servicios básicos, los ciudadanos recurren a un lenguaje que intenta agradar al poder, rogando en vez de demandar. En un sistema saludable, estas denuncias serían dirigidas a instituciones públicas responsables, con exigencias claras y argumentos bien fundamentados. Sin embargo, en Guinea Ecuatorial se sigue apelando a la “bondad” del líder, como si el ejercicio de derechos dependiera de la gracia de una figura todopoderosa. Este lenguaje refleja cómo la dictadura ha distorsionado los valores cívicos y la relación de los ciudadanos con el poder.

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La imagen de la portada ilustra claramente la sumisión institucionalizada hacia Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial. Los asistentes, vestidos con ropa estampada con la imagen del dictador, reflejan cómo el culto a la personalidad se convierte en un elemento central de la propaganda oficial. Este tipo de vestimenta no solo busca exhibir lealtad absoluta, sino que también perpetúa la idea de que la adhesión al líder es esencial para la pertenencia social y política. Es un recordatorio visual del control psicológico que el régimen ejerce sobre sus seguidores.
La sumisión cultural impuesta por el régimen se refleja también en gestos extremos de lealtad, como el joven de la imagen que se ha tatuado en la espalda el nombre de «Teo Nguema Obiang». Este acto no es solo una muestra de admiración personal, sino un reflejo de la mentalidad autoritaria que se ha instalado en la sociedad guineana. Marcarse el nombre de un líder en la piel revela hasta qué punto el régimen ha conseguido que su narrativa de poder forme parte de la identidad personal de sus ciudadanos. Cuando el culto a la personalidad se convierte en una norma social aceptada, se dificulta aún más la construcción de un pensamiento crítico necesario para el cambio democrático. Este tipo de gestos son síntomas alarmantes del daño cultural que la dictadura ha causado durante décadas.
Por otro lado, la oposición tampoco escapa a este fenómeno. Algunos de los grupos políticos que se presentan como alternativas democráticas son a veces partidos unipersonales y en algún caso grupos cerrados que funcionan como redes familiares o de amigos, entorno a un líder que parecen rendir culto. Estas formaciones, en lugar de ser plataformas abiertas y plurales, perpetúan el modelo autoritario que dicen combatir.

El Partido del Progreso está estructurado orgánicamente en varios países, incluidos España, Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Guinea Ecuatorial. Existe una cultura de grupo de trabajo activa donde todos los militantes participan de forma organizada, celebrando reuniones a todos los niveles para mantener un funcionamiento democrático y operativo.
Mientras las quejas ciudadanas se formulen con la mentalidad de súbditos que imploran la bondad de sus líderes, y mientras la población siga depositando su esperanza en figuras individuales en lugar de construir un movimiento colectivo y organizado, el cambio en Guinea Ecuatorial seguirá siendo un desafío lejano. La verdadera transformación requiere que los ciudadanos abandonen la actitud de dependencia y asuman un rol activo en la construcción de un futuro democrático y justo.
La verdadera democracia solo podrá alcanzarse cuando la población recupere su dignidad cívica y exija sus derechos con firmeza, sin miedo ni sometimiento.