Juan Cuevas, Secretario de Formación del PPGE
Recuperar la confianza en uno mismo como pueblo y como nación es un paso imprescindible para alcanzar la verdadera independencia. Durante demasiado tiempo, muchos países africanos, incluida Guinea Ecuatorial, han cargado con las secuelas de la colonización. No me refiero solo a estructuras materiales heredadas, sino también a un modo de ver el mundo que ha limitado la autoestima colectiva y la posibilidad de imaginar un futuro libre.
No se trata de culpar ni de juzgar a los pueblos africanos por este legado. Al contrario: la historia demuestra que muy pocos actores internacionales han estado realmente interesados en ayudarles a sacudirse ese lastre. La autonomía, la soberanía y el desarrollo auténtico no han sido prioridades para quienes han negociado con las élites africanas desde fuera. Más bien se les ha dejado solos o, peor aún, se les ha condicionado con pactos que perpetúan la dependencia. Incluso cuando se llevan a cabo proyectos de cooperación en África, muchas veces no se busca una verdadera implicación de las poblaciones locales. Es como si se pretendiera que los propios africanos permanecieran estancados, sin tomar parte activa en su propio desarrollo. En lugar de fomentar su protagonismo, se les relega a un papel pasivo, como simples receptores de ayuda, perpetuando una lógica de dependencia que impide el fortalecimiento de sus capacidades y su autonomía.
Como secretario de formación del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial, y siendo español, me siento parte del equipo humano que lucha por llevar la democracia al país. Trabajo con mis compañeros guineanos como uno más, sin complejos ni superioridades. La lucha por la libertad y la dignidad de los pueblos no conoce fronteras raciales ni nacionales. Ni yo soy más por ser blanco ni nadie es menos por ser negro. En nuestra organización, nos une una convicción profunda: Guinea Ecuatorial debe gobernarse a sí misma y decidir su futuro sin tutelas externas, pero con aliados honestos que crean en los valores democráticos.
He dedicado mi vida profesional a la formación, la animación socioprofesional y el desarrollo comunitario. Mi vocación ha sido siempre ayudar a otros a encontrar herramientas para construir su propio camino. En ese sentido, nunca he pretendido imponer modelos ni dirigir procesos que no me corresponden. Mi compromiso es acompañar, compartir conocimientos y construir junto a los guineanos una alternativa sólida a la dictadura que asfixia al país desde hace décadas.
Guinea Ecuatorial es, sobre el papel, un país independiente desde 1968. Pero todos sabemos que esa independencia ha sido en gran medida simbólica. En la práctica, las estructuras de poder heredadas del colonialismo fueron reemplazadas por una dictadura que secuestró la soberanía nacional. Aún hoy, muchos ciudadanos han interiorizado —por historia, por miedo o por falta de oportunidades reales— la idea de que siempre se necesita depender de algún poder exterior.
No son ya los colonizadores quienes gobiernan directamente, pero sí hay intereses foráneos —lobbies bien remunerados por el régimen, inversores sin escrúpulos y gobiernos que prefieren la estabilidad del autoritarismo a la incertidumbre de la libertad— que dictan el rumbo del país. Y lo hacen con la complicidad de una casta política local que, en lugar de defender al pueblo, se ha plegado a esos intereses por comodidad, miedo o codicia.
Aceptar sin cuestionamiento la presencia de soldados extranjeros, ceder recursos estratégicos a manos ajenas, o mirar hacia otro lado mientras se desmantela el tejido nacional, no es simplemente una debilidad: es el resultado de no haber sido acompañados con seriedad y compromiso en un verdadero proceso de empoderamiento nacional.
Y me produce una tristeza profunda ver cómo muchos guineanos siguen tratando con reverencia a figuras como Teodorín, corrupto e impresentable, al que se le acercan con respeto servil, como si fuera un salvador, cuando en realidad es parte del problema.
Le piden favores, soluciones, milagros, cuando lo que deberían pedirle —con toda la firmeza del mundo— es que se aparte y deje al país en paz. Guinea no necesita más mesías de mármol con los bolsillos llenos: necesita líderes honestos que escuchen y trabajen por el bien común.

Estas juergas las pagamos todos: Es una burla a los guineanos
Ser dueños de nuestro destino
La independencia no consiste únicamente en tener una bandera o un asiento en Naciones Unidas. Consiste en ejercer el derecho a decidir, en construir un sistema político y social que responda a la voluntad popular, en garantizar que las decisiones sobre el petróleo, la tierra, la justicia o la educación se tomen pensando en el bienestar del ciudadano, no en los balances bancarios de unos pocos.
Como apuntó el presidente del PPGE, Armengol Engonga, en su reciente artículo publicado en El Confidencial, instaurar una democracia verdadera en Guinea Ecuatorial requiere mucho más que elecciones. Exige unas condiciones previas indispensables: libertad de prensa, una justicia independiente, educación cívica, transparencia, pluralismo político, y sobre todo, ciudadanos empoderados que crean que su voz importa.
Y para que eso ocurra, es necesario reconstruir la autoestima nacional. Hay que recordarle a cada ciudadano guineano que su dignidad es innegociable, que tiene derecho a vivir en libertad, que su tierra le pertenece y que el futuro está en sus manos.
No es aceptable que soldados rusos intimiden a nuestros ciudadanos. No es aceptable que políticos europeos cierren los ojos mientras firman acuerdos con dictadores. Y no es aceptable que un inversor extranjero se sienta más dueño del país que sus propios habitantes.
Trabajar por la democracia en África no significa dirigir ni mandar. Significa acompañar con humildad, compartir sin imponer, y respetar profundamente el derecho de los pueblos a decidir su destino. Lo que hacemos en el PPGE no es injerencia: es colaboración basada en valores comunes.
Desde mi puesto como secretario de formación, seguiré compartiendo lo que esté en mi mano para construir, con los guineanos, una alternativa sólida y democrática. Pero esa construcción solo será posible si el pueblo guineano cree en sí mismo y en su capacidad para transformar su país.
Guinea Ecuatorial no necesita tutores. Necesita compañeros de viaje. Necesita justicia, libertad y confianza.
Y, sobre todo, necesita creer —una vez más, y para siempre— que su destino está en sus propias manos.