Por Juan Cuevas, Secretario de Formación del PPGE
En Guinea Ecuatorial no hay seguridad para la inversión extranjera. Lo que empieza como una oportunidad económica acaba convertido en una trampa de corrupción, amenazas y chantajes orquestados desde las más altas estructuras del poder. El caso reciente de los empresarios españoles Javier Marañón Montero y David Rodríguez Ballesta, detenidos y encarcelados sin garantías judiciales, es solo la punta visible de un sistema que se sostiene mediante la extorsión y el miedo.

Ambos fueron arrestados en enero de 2025 en el marco del proyecto de Televisión Digital Terrestre (TDT) y desde entonces permanecen en la prisión de Black Beach, un símbolo del terror estatal en Guinea Ecuatorial. La resolución del Parlamento Europeo (B10-0438/2025) denuncia su detención arbitraria, la falta de acceso a abogados, las condiciones inhumanas y el uso político del sistema judicial por parte del régimen de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo.

El caso no es aislado. Es el reflejo de un modelo político y económico donde toda inversión pasa por pagar mordidas, transferir beneficios al entorno del poder o aceptar condiciones abusivas. Cuando los empresarios se resisten, la maquinaria de la dictadura se activa: inspecciones, amenazas, confiscaciones y, si es necesario, cárcel. La dictadura ha convertido la economía en una herramienta de control. El inversor extranjero no negocia con instituciones, sino con una red familiar y militar que monopoliza el acceso a contratos, licencias y recursos. Se trata de un capitalismo de Estado degenerado, donde el Estado es propiedad privada y el poder político actúa como intermediario corrupto.

Resulta aún más grave que algunas empresas europeas —incluidas españolas— continúen colaborando con este régimen, pese a conocer su historial de represión, tortura y corrupción. Compañías del sector petrolero, de la construcción o de telecomunicaciones siguen firmando contratos con sociedades pantalla vinculadas a la familia Obiang, lavando la imagen de un sistema mafioso a cambio de beneficios inmediatos. Estas empresas no pueden alegar desconocimiento. Desde hace décadas, informes de la ONU, Amnistía Internacional y el propio Parlamento Europeo documentan las violaciones sistemáticas de derechos humanos y la falta total de independencia judicial. Invertir en Guinea Ecuatorial hoy no es un acto de neutralidad comercial, sino de complicidad política. Quienes alimentan la economía de la dictadura son corresponsables del sufrimiento de sus trabajadores, del empobrecimiento del pueblo y de los abusos cometidos contra aquellos que se niegan a someterse al chantaje del régimen.

Ante esta realidad, el Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial (PPGE) propone un marco completamente distinto, basado en la seguridad jurídica, la transparencia y la competencia libre. El PPGE plantea medidas concretas para atraer inversión responsable y sostenible, no sometida a intereses personales ni militares: la creación de una Agencia Nacional de Garantías a la Inversión independiente del Gobierno; una reforma profunda del sistema judicial con magistrados elegidos por méritos y sin vinculación política; la aprobación de una Ley de Transparencia Económica y de Declaración Pública de Bienes que obligue a los altos cargos a justificar su patrimonio; la apertura del mercado nacional a pequeñas y medianas empresas internacionales, favoreciendo la competencia leal frente al monopolio familiar actual; y la creación de un Fondo de Desarrollo Nacional donde los ingresos de hidrocarburos y madera se destinen a infraestructuras, educación y agricultura, no a cuentas privadas en el extranjero.
El PPGE ha insistido reiteradamente en que sin un marco político democrático no hay economía sostenible posible. Ninguna empresa puede planificar ni crecer en un país donde las leyes cambian al antojo del dictador, donde el contrato más sólido puede anularse por decreto y donde la policía puede irrumpir en tu oficina si no has pagado la “cuota revolucionaria” del régimen.

El encarcelamiento de Javier y David es un mensaje claro: la dictadura no tolera la independencia económica. Los quiere de rodillas, no como socios, sino como rehenes útiles. Su único delito ha sido resistirse a un sistema basado en la extorsión. La comunidad internacional debe comprender que cada contrato firmado con la Guinea Ecuatorial actual legitima a un régimen criminal. Y las empresas, especialmente las europeas, deben decidir de qué lado están: del lado de los derechos humanos y la legalidad, o del lado del dinero fácil manchado de corrupción.
Porque invertir en Guinea Ecuatorial hoy no es una oportunidad. Es una ruleta rusa. Y cada vez que alguien aprieta el gatillo, el pueblo guineano paga el precio.


