Redacción El Confidencial
Durante décadas, Guinea Ecuatorial ha estado gobernada por personas que convirtieron la política en un negocio personal, un espacio reservado para sus intereses, sus amigos y familiares. Muy lejos del ideal democrático que debería guiar a cualquier nación: el bien común de todos sus ciudadanos.
La democracia no se construye solo con urnas y discursos. Se edifica con valores, con una ciudadanía activa y con representantes éticos. Pero cuando estos últimos renuncian a la ética, y permiten que la corrupción —alimentada por la avaricia, el ansia de poder y la codicia— se instale como norma, se abre la puerta a la dictadura. Eso es lo que, lamentablemente, conocemos bien desde nuestra independencia.
La corrupción generalizada ha destruido la confianza del pueblo guineano en la política. Nos ha enseñado a desconfiar de quienes gobiernan, y peor aún, ha hecho que muchos asocien la política con algo sucio, inalcanzable y ajeno. Pero si queremos un país diferente, justo, libre y democrático, debemos revertir esta visión. Y ese cambio empieza por nosotros.

Partido del Progreso: Defensa de la democracia pluralista, Oposición firme a la dictadura y Compromiso con el desarrollo ético y moral de la sociedad
Quienes soñamos con una Guinea nueva no podemos repetir los errores de aquellos a quienes criticamos. No podemos pedir democracia si no somos capaces de actuar con ética. La justicia, la igualdad y la convivencia sólo se alcanzan si convertimos los valores éticos en la base de nuestra vida pública y privada. La democracia no es un sistema que se impone, es una práctica diaria que se alimenta con la participación activa de toda la sociedad. Sin ese principio, no puede haber libertad ni gobernabilidad.
¿Y cómo se logra esto? No hay fórmulas mágicas. Es un proceso largo, difícil, pero profundamente necesario. Si queremos cambiar nuestro país y dejar un legado digno a nuestros hijos, debemos empezar desde la raíz: la educación.
Necesitamos incorporar en las escuelas el aprendizaje de valores como la convivencia, la solidaridad, el respeto mutuo, la honestidad, la igualdad, la libertad y la responsabilidad. Solo así podremos formar ciudadanos críticos, comprometidos y libres. Una sociedad ética no surge de la nada: se construye desde la infancia, desde el aula, desde el ejemplo diario.
La educación ética y en valores no es un añadido; es la base de cualquier cambio real y profundo. Solo formando personas íntegras podremos aspirar a un país donde la democracia no sea una palabra vacía, sino una realidad vivida por todos.
Guinea Ecuatorial merece más. Merece una sociedad civil fuerte, una clase política al servicio del pueblo y una cultura de respeto y justicia. Y eso solo será posible si, como sociedad, decidimos cambiar.
Empecemos hoy.